Asesinos en serie, una atracción desmedida

USA, Circa 1971, American cult leader and mass murderer Charles Manson is shown in these three pictures demonstrating how he has changed his appearance during his trial for the Tate-La Bianca murders in Los Angeles in 1969 (Photo by Popperfoto/Getty Images)

Por Alexander Quiñonbes Moncaleano

Los en serie son en muchas ocasiones personalidades magneticas y de una fortaleza tal que sino nos adentramos en su estudio no lo podemos desvelar de manera más o menos clara. Recorriendo la historia de la humnidad nos podemos encontrar con un sin números de ellos, escalofriantes, atractivos, magneticos y monstuosos.

USA, Circa 1971, American cult leader and mass murderer Charles Manson is shown in these three pictures demonstrating how he has changed his appearance during his trial for the Tate-La Bianca murders in Los Angeles in 1969 (Photo by Popperfoto/Getty Images)

Todos con aura de magnificencia y perversidad. Las clases de asesinos en series son muchas.


El interés en el crimen y en particular en los asesinos en serie se ha convertido en algo omnipresente en la cultura popular.

el , el asesino en serie más famoso de todos -tal vez porque nunca fue atrapado- fue inmortalizado, con considerables licencias artísticas, en cientos de novelas, cómics, películas y programas de televisión.
Las visitas guiadas por los lugares donde cometía sus asesinatos en el este de Londres siguen atrayendo a multitudes, especialmente las nocturnas.
Y la audiencia de dramas policíacos de televisión como True Detective, Dexter, The Fall y The Jinx se cuenta por millones.

En 2014, más de 70 millones descargaron el podcast de 12 partes Serial, que investigó el asesinato en 1999 de Hae Min Lee, una colegiala de 17 años de Baltimore, Maryland, EE.UU. Anteriormente ningún podcast había superado las 5 millones de descargas. Por si fuera poco, no hay ninguna señal de que el fervor se vaya a apagar.

En octubre pasado, el Museo de Londres expuso una colección de 600 objetos de los archivos criminales de la policía metropolitana.

Nunca antes había vendido tantas entradas anticipadas el museo. En Washington DC, una de las atracciones familiares más populares, antes de su cierre en septiembre pasado, era el Museo del Crimen, de propiedad privada.
Allí se podía encontrar curiosidades como algunos trajes del “Payaso asesino” o “Pogo” y los óleos que utilizó para crear cuadros como uno que está colgado en la casa de Schwenk. También estaba el viejo y oxidado escarabajo Volkswagen color arcilla en el que Ted Bundy asaltó y asesinó a decenas de mujeres jóvenes en California en la década de 1970.

“Frenesí”
Harold Schechter, quien escribe sobre crímenes reales en Estados Unidos y se especializa en asesinos en serie, llama al interés popular por el tema “una especie de histeria cultural”.

Los asesinos en serie y tipos de esa estirpe atrajeron atención excesiva desde la aparición de los periódicos de circulación masiva en el siglo XIX… e incluso antes.

Los asesinos en serie son responsables de menos del 1% de los homicidios en EE.UU.cada año y no más de dos docenas están “activos” en un momento dado, según las estimaciones de Scott Bonn, sociólogo y criminólogo de la Universidad de Drew (Madison, Nueva Jersey).

Sin embargo, nuestra fascinación por el tema excede por mucho a nuestra preocupación acerca de peligros más grandes.

¿Por qué creamos esta mitología en torno a estos individuos problemáticos? ¿Qué nos enseña esta fascinación acerca de sus motivaciones?

La histeria que rodea los asesinos en serie no es nada nuevo.
Perseguidos por monstruos

“Representan algo de proporciones épicas, antihéroes verdaderamente monstruosos, como los de las historias de horror que nos contaban cuando éramos niños”, opina James Hoare, editor de Real Crime, una revista mensual lanzada en Reino Unido en agosto de 2015. Sus primeras dos ediciones incluyeron artículos sobre “los asesinos en serie más mortales del mundo” y Charles Mason.

“Todos respondemos a la idea de que hay algo desagradable allá afuera”.
En una línea similar, Schechter llama a las historias de asesinos en serie “cuentos de hadas para adultos. Hay algo en nuestra psiquis que hace que necesitemos contar historias en las que somos perseguidos por monstruos”.
Y los crímenes que estos individuos cometen definitivamente califican como monstruosos. A Jeffrey Dahmer, “el caníbal de Milwaukee”, le gustaba hervir y quedarse con las cabezas de sus víctimas, así como tener relaciones sexuales con sus cadáveres. Albert Fish, el “vampiro de Brooklyn”, torturaba y mutilaba niños antes de matarlos.
No obstante, podría afirmarse que lo que realmente los hace tan reversamente atractivos es su humanidad.
Una investigación sobre el asesinato en serie hecha por la Unidad de Análisis de Conducta del FBI en 2005 concluyó que “no son monstruos y pueden no parecer extraños. Los asesinos en serie a menudo tienen familias y hogares, empleos y aparentan ser miembros normales de la comunidad”.

(Original Caption) Orlando, Fla.: Theodore Bundy watches intently during the third day of jury selection at his trial in Orlando for the murder of 12-year-old Kimberly Leach.

Efectivamente, los vecinos de Fish lo consideraban un viejo gentil y cordial con los niños; y Gacy, además de ser bienvenido en las fiestas de cumpleaños como payaso, era apreciado por sus obras de caridad.
Entonces, ¿quiénes son estas personas?
¿Son distintos a nosotros o no?
Como no hay un perfil patológico acordado, es difícil decirlo.
Helen Morrison, psiquiatra forense que ha entrevistado a más de 80 asesinos en serie y fue testigo de la Defensa en el juicio de Gacy, ha confirmado que son expertos en representar papeles y muy adeptos a parecer normales.
En su memoria “Mi vida entre asesinos en serie” escribe: “Nunca sé bien con quién estoy lidiando. Son tan amistosos, amables, solícitos cuando empezamos a trabajar…son encantadores, casi increíblemente encantadores, tan carismáticos como Cary Grant o George Clooney”.

El sociólogo Bonn piensa que eso es parte de su atractivo, pero también lo que los hace aterradores.
“Piensa en alguien como Ted Bundy. Era buenmozo, exitoso, las mujeres lo encontraban muy atractivo, lo que explica que 36 se montaron en su auto sin conocerlo (y luego las secuestró y las mató)”.

“Parecía el hijo del vecino y eso es lo que es aterrador, porque si el hijo del vecino es un asesino en serie, eso significa que todos somos víctimas potenciales”, subraya.

Particularmente si se tiene en cuenta que las víctimas casi siempre son extraños (aunque no en el caso de las asesinas en serie, quienes tienden a matar a gente que conocen).

Vivir con recuerdos de asesinos en serie

Una tarde visité al pintor estadounidense Joe Coleman en su apartamento en Nueva York.
Sus obras son vívidas, llenas de intricados detalles y frecuentemente apocalípticas, similares a la iconografía religiosa.

Entre sus fans se cuentan Iggy Pop, Johnny Depp y Leonardo DiCaprio.

Coleman también es conocido por su interés en el lado oscuro de la naturaleza humana, y por personificarla.
Su sala es un santuario de curiosidades, lleno de objetos sagrados y profanos.

Entre ellos está la que quizás es la carta más icónica de su género, escrita por Albert Fish a la madre de Grace Budd, su última víctima.

En ella describe cómo estranguló a la niña, la cortó en pedazos, la cocinó y se la comió. Termina diciendo: “Cuán dulce y tierno era su pequeño trasero asado en el horno”.

¿Por qué están aquí, estas reliquias de lo macabro?

Shane McCorristine, historiador cultural de la Universidad de Cambridge, piensa que acercarse a los criminales y perpetradores de hechos horrorosos es una manera de experimentar la muerte sin ser su víctima, de convertirse en un testigo de la muerte y por ende ejercer algún control sobre ella.
Coleman confiesa que en su caso eso es cierto.

Agrega que siente un deseo imperioso de empatizar con los protagonistas, de reconocer su lado humano al tiempo que su malevolencia.
“Hay una parte en ellos que está todos nosotros, y hay una parte en todos nosotros que está en ellos. Si no podemos compadecerlos o empatizar con lo peor de la humanidad, qué esperanza nos queda”.

Por otro lado, hay quienes utilizan el poder de los objetos para otros fines.
Stephen Giannangelo, quien enseña criminología en la Universidad de Illinois, consiguió algunas de las pinturas hechas por Gacy para usarlas como herramientas educativas, y cuenta que siempre logran afectar dramáticamente a sus estudiantes.
“Cuando las llevo, el 75% de los jóvenes que nunca despegan la mirada de las pantallas de sus teléfonos de repente empiezan a tomarles fotos y se acercan a hacer todo tipo de preguntas”.
Catarsis

Una de las explicaciones más provocativas del atractivo de los asesinos en serie es que cumplen una función social, permitiéndonos satisfacer nuestras fantasías más vengativas sin tener que actuar y, cuando el criminal es arrestado, sin tener que sentirse culpable.
“Son como la catarsis de lo peor de nosotros, un rayo para nuestros pensamientos más oscuros, como los comepecados de la época medieval que se llevaban los pecados de otros y al hacerlo, limpiaban la sociedad”, explica Bonn.

También nos dan la oportunidad de sufrir la muerte a distancia, de llegar “tan cerca del abismo como es posible, sin caerse”, según McCorristine.
Eso explica, en su opinión, la razón de que haya personas que no pueden evitar ver los videos de ejecuciones que publica ISIS, a pesar de que quizás después se arrepientan.
También puede explicar por qué, cuando vemos un accidente, reducimos la velocidad, tratando de ver el horror que tenemos a mano.

Quizás lo que nos gusta es estar aterrorizados.

La que sentimos hacia los asesinos en serie, está quizá en su profunda humanidad, en esa humanidad que está en todos, el bien, el mal, rosandose sempiternamente. Los asesinos en serie nos atraen porque terminan siendo un faro para la humanidad, esa que se desconecta de todo y necesita de individuos así para volver a sentirse humanos, así como necesitamos de héroes, necesitamos de monstruos y bestias profundase nos permitan encontrarnos en medio de esta basura cósmica que nos rodea.

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