Por: Edimar Ortiz Abogado Y cofounder de EL Shabbat
Cuando Dios creo a Adán y Eva, les permitió hacer lo que quisieran, sin embargo, les advirtió que lo único que no podían hacer era comer del árbol de la sabiduría o del bien y el mal: nada más. La advertencia no bastó y ya se sabe lo que ocurrió: Adán y Eva, tentados por la serpiente, comieron del fruto prohibido, se descubrieron a sí mismos desnudos y se taparon, Dios los descubre y los expulsa del paraíso mientras los maldice: Adán deberá conseguir su alimento con el sudor de su frente y Eva tendría que parir sus hijos con dolor.
Una vez por fuera del paraíso y habiendo adquirido la sabiduría de lo que está bien y lo que no, la primera pareja tiene dos hijos: Caín y Abel. Estos, los primeros hombres nacidos con el pecado original, tienen el mismo conocimiento del bien y el mal que sus padres, no obstante, poseído de envidia, pero también de rencor ante la injusticia de Dios por preferir a su hermano menor, Abel, Caín mata a su hermano. Ante la pregunta retórica de Dios sobre dónde está Abel, Caín responde que no sabe dónde está y que él no es responsable de su hermano. Dios condena a Caín a errar por el mundo y lo marca para que nadie pueda matarlo, convirtiéndose Caín en una suerte de homo sacer.
Así, por segunda vez Dios es decepcionado por el ser humano. La primera no fue capaz de hacer caso a su prohibición; la segunda vez, a pesar de saber lo que está bien y lo que está mal mató a su hermano. De nada habían servido la simple advertencia para vivir feliz ni conocer el bien y el mal para poder elegir y ser libres y así tal vez algún día volver al paraíso. De esta forma la ley divina se hace inútil, da lo mismo que exista o no, entonces Dios, llevado por la ira que le provocan la desobediencia y estupidez humana, inunda la tierra, derriba la torre de Babel, destruye Sodoma y Gomorra. De nada ha servido su palabra que había logrado crear el Universo entero.
A pesar de todas sus decepciones, Dios libera a Israel de Egipto. El pueblo de Israel promete fidelidad a Dios, sin embargo, cuando Moisés recibe las tablas de la Ley y desciende del monte Sinaí, encuentra a Israel adorando al becerro de oro, ante tal espectáculo de idolatría y vicio, Moisés rompe las tablas. Dios vuelve a escribir su Ley en nuevas tablas y promete un gran futuro a Israel bajo la condición de que Israel le sea absolutamente fiel y de que observe firmemente la Ley. Sin embargo, esta Ley escrita tampoco fue suficiente y los seres humanos siguieron desobedeciendo, hasta que el mismo Dios, en forma de un hombre, bajara a la Tierra y fuera él mismo la Ley, su interpretación y su aplicación. Tal vez el ser humano no había comprendido la Ley o no quiso comprenderla, o, sencillamente no quiso obedecerla.