El éxodo de la etnia Embera Dobidá en el Chocó un olvido que no podemos permitir

Hoy hace 31 días 906 indígenas de la etnia Embera Dobidá, salieron desplazados después del asesinato de uno de sus líderes y aún no retornan. Autoridades dicen que luchan contra los grupos que los expulsaron. EL COLOMBIANO recorrió la zona con la lente y la palma de Javier Alexander Macías. El éxodo de la etnia Embera Dobidá en el Chocó un olvido que no podemos permitir.
Un territorio violentado
El resguardo del que salió Hermilda junto a 66 familias de la comunidad El Brazo, 45 de Boro Boro, 26 de bacuru Purrú y 62 de Poza Mansa está sobre una colina de la que se divisa un río marrón. La mayoría de las casas están construidas sobre estacones de madera para evitar las inundaciones, y los senderos de barro, algunos ya desdibujados por la maleza, llevan a las casas con tal precisión que ni los perros se salen del camino.
Se llama Río Valle, y a simple vista está rodeado de una selva espesa que en las noches permite escuchar el ronroneo del tigrillo buscando su preza para cazar. En los alrededores se ven las plantaciones de plátano, palmeras, árboles frutales y otras ramas como la rastrera con la que los embera hacen bebedizos para quitar el insomnio. Son tan potentes, “que dormirían hasta un caballo”, dicen.
Una historia, triste, como muchas de las que suelen pasar en este país. Ocurre en Bahía Solano, Chocó, donde hace exactamente un mes fueron desplazados 906 indígenas por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (o Clan del Golfo, que llaman).
Los indígenas, pertenecientes a la familia ember dobidá, llegaron hasta el corregimiento El Valle, en Bahía Solano. Entre los 906 desplazados llegó Hermilda Sabugara, una sabia anciana indígena que desde ese primer día de destierro no ha querido hablar dicen las compañeras indígenas que Sabugara no aparece en las cocinas comunitarias improvisadas en las que preparan la masa, una especie arepa de maíz amarillo que cada una hace en ronda y luego fritan en una paila gigante. Las mujeres dicen que Sabugara tiene la mirada perdida.
La anciana, que nunca vio pasar por su resguardo la bota militar ni escuchó el tronar de los fusiles, se niega a comer el plátano que en su éxodo forzado trajeron desde el resguardo en las canoas que huyeron por miedo a los armados. Hace un mes, los embera recibieron alimentos de la administración municipal, pero en una última conversación que tuve con ellos hace un día, dicen que la ayuda ha mermado. Por eso están comiendo viuda, un pequeño pececillo que llega del mar al río y ellos mezclan con arroz. Pero Sabugara tampoco come viuda con arroz como muchos otros indígenas, Hermilda se lamenta por lo que dejó en su resguardo. En las pocas palabras que le salen pregunta por su perrita Kanuí, la que en su carrera se le quedó en el resguardo, hoy vacío.
Los indígenas embera llevan un mes albergados en el colegio Santa Teresita, en el corregimiento El Valle. Dicen que no retornan hasta que no tengan garantías de seguridad. Tienen miedo de morir como murió el líder Miguel Tapi Rito. Por eso siguen allí. A Miguel lo asesinaron las paramilitares el 3 de diciembre. Llegaron al resguardo Río Valle, lo sacaron de su casa y se lo llevaron al río. Allí lo decapitaron y le cortaron una oreja y la lengua. Esto desencadenó el desplazamiento masivo.
A pesar de la tragedia del desplazamiento, la vida sigue floreciendo entre los embera albergados en el colegio. Y un dato adicional que no está en el texto: en el último mes, siete jóvenes indígenas se han quitado la vida en Bahía Solano. ¡Cómo dueles Colombia!
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