Por Mónica Díaz Barbosa
Parece que todo lo relacionado con las mujeres ahora es “feminista”. Existe un evidente interés en conferir un barniz reivindicativo a cualquier acción, omisión o expresión de toda índole realizadas por mujeres con o sin consciencia de ello. Hasta hace no mucho tiempo, los temas que han afectado a las mujeres eran de poca valía en cualquier contexto social por ser –precisamente- problemas de mujeres que, a la fecha, siguen siendo afectadas desde la estructura social por la violencia, inequidad y vulnerabilidad a diario. En otras palabras, la estructura sigue igual y el movimiento feminista, desde su corriente hegemónica actual (Feminismo Radical y Feminismo Liberal), ha dejado ver que carece de las herramientas para materializar su propuesta de “deconstruir” la sociedad hasta sus cimientos y cada vez es más dudosa su capacidad de abordar otras alternativas que las mujeres observan desde sus entornos, al grado de hacer declarar a muchas luchadoras que no se sienten identificadas con el “feminismo”. Gran fracaso de las Radicales, quienes han intentado atribuirse la denominación del feminismo, como un todo, sin ser las representantes de todas nosotras. Así las cosas, es oportuno marcar distancias, puntualizar diferencias, interpretar matices y expresiones de un activismo que está de moda, que hace mucho ruido, pero tiene pocas nueces.
Dicho lo anterior, entramos en un terreno vedado para ese “feminismo” hegemónico: la crítica, que rechaza a toda costa y que busca conjurar como lo haría cualquier institución patriarcal. Ante la creciente atención obtenida en cada ola feminista por la intensificación de la lucha (tal vez debido a comprender la insuficiencia o fracaso de los planteamientos de la ola inmediatamente anterior), este “feminismo” del Siglo XXI, de las redes sociales, de los contenidos, del branding personal, nos pone frente a expresiones individuales desagregadas –aunque a veces coordinadas- que se presentan convenientemente como “reivindicaciones de género” y se amplifican a la creciente audiencia, posicionando pataletas como actos revolucionarios, como “pasitos” (así, con condescendencia) hacia la emancipación. Posiblemente algunas crean genuinamente que esa atención efímera por la amplificación distorsionada de actos pueriles, llevará eventualmente a un objetivo concreto, pero la realidad es que esos HTs, bailes, cánticos y su difusión (en los que muchas hemos participado) son la trampa perfecta para que nada cambie y el feminismo sea un espejismo, un protagonista inocuo, pero también inicuo para las que cargan sobre sus hombros el peso completo del patriarcado.
Este “feminismo” descollante se nutre de ese protagonismo artificial, impulsado por individualidades y sectores que no tienen interés alguno en la búsqueda de la equidad y la justicia social, que se aprovechan de las luchas y las necesidades de grupos poblacionales altamente vulnerables, impulsando activismos, liderazgos y comunidades virtuales sin representatividad efectiva ni impacto en la problemática real, que se constituyen en plataforma de oportunidades individuales para sus lideresas de opinión. Estas referentes configuran su credibilidad en las redes sociales y medios digitales por medio de ‘likes’, de ‘RTs’, de ‘shares’, de ‘follows’, etc., derivados no de debatir su postura sino de victimizarse ante puntos de vista que contradigan sus ideas y comportamientos acomodados o arbitrarios, han forzado el sentido común y la lógica para tener siempre la razón por ser mujeres y en cualquier confrontación, eluden la defensa o justificación de su idea desarrollando una falacia argumentativa que “empodera”: convertir a la mujer en la medida de todas cosas y todo lo que se diga para debatir o contradecir tiene el potencial agravante de estar oprimiendo a una mujer; la falacia, algo así como un Ad Femina, en oposición al “opresor” Ad Hominem.
Así de vacía es la discusión de ese “feminismo” que solo reivindica el interés de llamar la atención, el deseo de reconocimiento de mujeres liberales en una sociedad que también las oprime, pero se conforman con la infantilización de una lucha de mujeres adultas, que ven como logro el hecho de pavo darse y ver celebrados sus exabruptos individuales (e individualistas) por personas que creen que el feminismo se reduce a consolidar una falacia a medida de las mujeres. El uso de la Ad Femina permite graduar a discreción de “machista”, “machiprogre”, “violador”, “opresor”, “acosador”, etc., a cualquier hombre, y de “pionera”, “exitosa”, “competente”, “infalible”, “superior”, etc., a cualquier mujer sin revisar la coherencia y la veracidad de sus comportamientos, actitudes o ideas en el campo específico.
¿Quién dijo que una mujer que escribe es buena escritora y -si fuera buena o competente en este oficio- quién dice que a todos debe gustar y cualquier crítica considerada un acto machista? ¿Quién dice que tener una alcaldesa es en sí mismo una reivindicación para todas las mujeres, si esta llega a ejercer el poder dentro de los cánones del patriarcado? ¿Quién dijo que un partido político de solo mujeres representa un cambio en la estructura de poder? Ejemplos hay a granel y todo lo asunto es sospechosamente elocuente: ¿Por qué solo pueden ser mujeres las que hablen de feminismo cuando no todas las mujeres pueden considerarse feministas? ¿Es deseable buscar otra vez una sociedad que excluya a otros géneros? ¿En qué contribuye a la emancipación o al menos una mejora en las condiciones de vida para la mayoría, que mujeres privilegiadas rompan sus techos de cristal? ¿Por qué se denomina “mansplaining” o “gaslighting” a comportamientos que usualmente se ejercen sin prejuicio de género? ¿A quién beneficia este “feminismo” tan vociferante, irreverente pero lleno de demostraciones vacías e intrascendentes?
Los beneficiarios son conocidos por todos: por un lado, los defensores de status quo, el pensamiento conservador que disfruta desactivando el ímpetu transformador, manipulando activismos con premios y celebridad a quien vocifera pero no desafía al sistema, al inconformismo que se quita con reconocimiento social; por el otro, a las agentes de ese establecimiento que se posicionan como lideresas de opinión, que son exaltadas como rebeldes solo por ser altaneras, ególatras y por decir lo que saben (como si no fuera lo mínimo que se espera), entre otros rasgos de personalidad que no tienen relevancia alguna en el debate objetivo del feminismo. Este “feminismo” es inocuo, porque se reduce a la retórica, sin fundamento práctico ni coherencia interna, y lleva a que el movimiento feminista muera por la boca.
Paradójicamente, lo que menos debemos hacer quienes no aceptamos como válido ese uso pertinaz del Ad Femina es quedarnos calladas, hay un sector muy interesado en “desempoderar” al feminismo con esta condescendencia de hacer creer que las mujeres en general están ganando espacios sociales, de confundir “tener voz” con vociferar, de mostrar como avances las distorsiones del marketing al movimiento, cuando la realidad habla sin sutilezas: la inequidad social crece en medio del agotamiento del modelo económico, que lleva al autoritarismo político y la regresión en derechos adquiridos, lo (poco) avanzado está en riesgo y es necesario rescatar el propósito feminista: una sociedad que incluya a las mujeres.
Esta no es una revolución individual ni excluyente, desde el Feminismo es posible comprender la emancipación como algo más que el desagravio penitente de todo ser humano que, por azares de la biología, posee miembro viril; es posible debatir sobre el patriarcado bajo el entendido de que es el sistema el que oprime y no los “micromachismos” (que serían, cuando mucho, síntomas del sistema y no la causa de la desigualdad), desde el Feminismo es posible discutir la inequidad social más allá de tener pene o vagina, más allá de la identidad que cada individuo quiera asumir en su estrecho margen de libertad individual, desde el Feminismo es posible asimilar la sociedad como un todo y analizarla como un sistema que puede y debe ser cambiado. Este sería un Feminismo que lucha contra el status quo, que no excluye a los hombres (conscientes de la desigualdad) solo por serlo, ni abraza a ciertas mujeres (las que ejercen opresión) solo por serlo; es un feminismo cuya fuerza está en lo colectivo y diverso, en que la mujer se entienda como agente de cambio social estructural (desde la denuncia y el rechazo a los delitos hasta la creación de espacios políticos para la protección de la vida). Este es el Feminismo de Clase.
El Feminismo de Clase nos invita a todos a ser conscientes de los procesos sociales en que estamos inmersos sin perjuicio de pertenecer a la academia para efectuar los análisis de la realidad que construimos día a día, asimilando y gestionando comunitariamente las soluciones a lo que nos afecta; a que no guardemos silencio cuando están en juego nuestros derechos, los de todos; a que no permitamos que el sistema nos imponga también su propia versión de “feminismo”, a manera de vacuna contra la rebeldía y el compromiso a fondo con el cambio, el de “solo mujeres”, el de “solo algunas mujeres”, porque quiere minar su fuerza social al no reconocer que muchas de nosotras, fuera de la academia y/o ajenas a los privilegios, comprendemos el patriarcado y enfrentamos el machismo todos los días siendo emprendedoras, solidarias, trabajadoras, luchadoras –combativas en la defensa del bienestar común-, sin afán de reconocimiento o de prebendas, con un propósito más amplio que la agenda personal para escalar social y económicamente; no cedamos ante esa idea de que “más mujeres en el poder” significa “más poder para todas” o una sociedad más equitativa, no apoyemos ciegamente los “telares de la abundancia” electorales que, como en Bogotá y Medellín, instrumentalizan un movimiento que tiene la capacidad de transformar la sociedad pero termina convirtiendo el deseo reivindicativo de las mujeres en estrategias rastreras de marketing político y comercial que llevan al poder a agentes femeninas de las mismas estructuras del sistema que hoy nos oprime a todos.
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